Comentario
El 10 de febrero, la Task Force norteamericana 58 (almirante Mitscher), compuesta de 11 portaaviones pesados, 5 portaaviones ligeros, 8 acorazados, 17 cruceros y 81 destructores, se unió en aguas de Iwo Jima con la 52-2, que regresaba de una incursión en aguas metropolitanas japonesas y estaba integrada por los portaaviones gigantes Enterprise y Saratoga, 12 portaaviones de escolta, 6 acorazados, 3 cruceros y 24 destructores. El feroz bombardeo naval preparatorio de asalto a la isla comenzó el 16 de febrero y se prolongó durante tres días y tres noches. El fuego de los acorazados y los cruceros, y los cohetes de los destructores, se combinaron con furiosos ataques de 3.371 aviones de asalto y bombardeo llegados a Iwo Jima desde los portaaviones o desde los aeródromos de Saipán, en las Marianas. El día 19 de febrero, a las ocho de la mañana, el desembarco comenzó en la playa de Futatsun.
El dispositivo defensivo de los japoneses en Iwo Jima estaba dividido en dos partes de muy desigual fuerza. En el extremo sur, en las laderas del volcán Suribachi, el general Kuribayashi había apostado, aislados de los demás defensores, a 2.000 hombres poderosamente armados, pero condenados a la lucha suicida puesto que en ningún caso podrían ser socorridos o reforzados, y mucho menos liberados, una vez que los norteamericanos desembarcaran. Esto era así porque la zona centromeridional de la isla, es decir, el terreno casi al nivel del mar que estaba tras la playas de Futatsun, lugar obligado de todo desembarco, había sido completamente desguarnecido (salvo en las inmediaciones del aeródromo de Tidori), a fin de que los invasores concentraran allí a su llegada grandes cantidades de hombres y material, de los que se encargaría la artillería japonesa.
La otra zona organizada para la defensa de la isla, la principal, empezaba en el espolón mismo que daba acceso a la meseta de Motoyama desde la llanura de Tidori, y abarcaba, hacia el norte, la totalidad de la isla. Junto a ese espolón había enterrado Kuribayashi sus carros. Inmediatamente detrás de ellos, numerosas fortificaciones y casamatas, también enterradas y perfectamente camufladas, formaban la primera línea japonesa de defensa, que se extendía de un lado a otro de la isla en sentido este-oeste, de mar a mar. Esta primera línea dominaba la playa y el aeródromo de Tidore, así como todos sus accesos, y completaba por el norte la posición dominante que también tenía el Suribachi sobre esos dos puntos importantes, los primeros que ocuparían los norteamericanos.
La segunda línea japonesa organizada estaba a 1.500 metros detrás de la principal, lo que permitía a sus fuegos un apoyo verdaderamente inmediato de ese primer obstáculo. Más al norte, junto al segundo aeródromo de Iwo Jima, y más atrás, había otras múltiples obras de defensa, también muy disimuladas y potentes, que se prolongaban con mayor o menor densidad, articulación u homogeneidad hasta el propio cabo Kitano, punto septentrional de la isla. En esta región extrema y casi inaccesible estaban los abrigos de los diferentes Estados mayores japoneses y también el puesto de mando del general Kuribayashi. Este había tomado también la precaución suplementaria de dividir la isla en ocho sectores absolutamente estancos (incluso la circulación estaba prohibida entre ellos) a fin de estimular la voluntad de luchar sin cesiones de terreno, y también para evitar que ningún japonés caído prisionero pudiera eventualmente revelar la disposición de las defensas de otros sectores que no fueran el suyo.
A las once de la mañana del día 19 de febrero, tres horas apenas después de iniciarse el desembarco, los norteamericanos tenían ya en la playa de Futatsun 10.000 hombres y 200 carros. En ese momento, un silencio inquietante, sólo perturbado por el rumor del oleaje, pesaba sobre toda la isla. Se hubiera dicho que el cemento de los fortines japoneses, y sus defensores, no habían resistido al fuego devastador de la flota norteamericana ni al de los 1.600 aviones de asalto que participaron en la última fase de la operación procedentes de seis portaaviones.
Habían desembarcado las Divisiones de Infantería de Marina 4.ª, que lo hizo en la parte norte de la playa, junto a Motoyama, y 5.ª, que desembarcó a su izquierda, prácticamente bajo el Suribachi. Ambas divisiones, junto con la 3.ª (general Graves Erskine), que había quedado en reserva embarcada aún en los transportes de tropas, formaban el Tercer Cuerpo de Marines (general Harry Schmidt). La 5.ª estaba mandada por el general Keller Rockey, un veterano de la guerra europea 1914-18, y no había participado todavía en ningún combate. Por el contrario, la 4.a, a las órdenes del general Clifton Cates, un veterano del combate de Bois Belleau, en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial, había ya sufrido el bautismo de fuego en el asalto a Roi-Namur, un aeródromo japonés situado en un islote doble del atolón de Eniwetok.
La aparente calma fue considerada como de mal agüero por los norteamericanos. "Aquí vamos a perder 15.000 hombres", dijo uno de ellos mientras contemplaba los incendios. Como corroborando su aprehensión, en ese mismo momento comenzó el fuego de los japoneses, concentrado en la playa y realizado por todas las piezas y armas que disponían en la isla. La playa se convirtió inmediatamente en un infierno al que ni siquiera las embarcaciones podían acercarse (varias fueron destruidas en el intento). La arena, que apenas tenía consistencia, protegía muy poco y era imposible excavar en ella pozos de tirador, trincheras, refugios o simples "fox boles". La arena se desmoronaba constantemente y, levantada por las explosiones, cegaba y constituía una metralla más que causaba insólitas heridas. No se podía casi correr, y quienes intentaban huir a toda prisa del fuego se hundían en la arena.
Pronto la playa fue una verdadera carnicería (600 muertos y 2.500 heridos hubo el primer día del desembarco sólo en ella), donde los que no se habían lanzado adelante soportaron la máxima densidad del fuego. Para escapar a este infierno, los "marines" iniciaron dos ataques hacia las fuentes del terrible fuego, es decir, Suribachi y Motoyama, pero fueron inmovilizados varias veces y aún tuvieron que sufrir un violento contraataque japonés cerca de Tidori, en la "soldadura" de las dos divisiones desembarcadas, llevado a cabo por el subteniente Nakamura, que destruyó los veinte carros Sherman que los norteamericanos estaban empleando como punta de lanza para salir de la playa. Durante el resto del día, la arena y los espolones o las vertientes del Suribachi y de la meseta de Motoyama detuvieron en seco a los tanques, asaltados además casi continuamente por pequeños grupos de combatientes japoneses que lanzaban contraataques suicidas cuando sus puntos de apoyo eran rebasados o sus blocaos destruidos. El salvaje bombardeo de la playa por la artillería japonesa continuó toda la noche.